jueves, 30 de marzo de 2017

Estado de la política en el tercer espíritu del capitalismo

Maximiliano López

La política mundial presenta un cuadro complejo y difuso en las primeras décadas del siglo XXI. Si la década del ochenta y la del noventa se amparó en un panorama más homogéneo, reflejado en la expansión progresiva e imparable del capitalismo tardío y la democracia liberal, los primeros decenios del actual siglo están demostrando que, ese modelo, sin competencias sistémicas, pero con críticas y experiencias heterogéneas, se encuentra en un estado de lento pero constante declive que conducirá, inevitablemente, a una nueva reconversión del sistema económico y político.

El tercer espíritu de capitalismo[i] pasó de un momento de auge durante las décadas de los ochentas y noventas para luego iniciar un periodo de lenta caída en los dos mil, primero en los países periféricos y luego, con gradual pero constante y creciente fuerza, en los países centrales. Este espíritu fue alimentado en base a las críticas hacia el capitalismo precedente e incorporó, en un contexto de crisis del consenso del segundo espíritu basado en el modelo capitalista de bienestar social, algunas de las demandas de los movimientos críticos y contraculturales de los sesentas y setentas al mundo de la economía y el trabajo, en especial los relacionados a la crítica artista[ii].

La incorporación de elementos de la crítica artista anuló los reclamos de la crítica social, pues las declinantes y estancadas experiencias del socialismo real, sumado a la poca funcionalidad que ofrecía un agotado modelo de bienestar occidental tanto a las fuerzas capitalistas como a las nuevas e intermedias generaciones de la clases trabajadora y profesional y a las economías nacionales, posibilitó la emergencia de una sociedad en la cual el Estado comenzó a retroceder al igual que los sindicatos, y en donde el capital privado creció y sus representantes comenzaron a dictar con una inusitada fuerza el destino de los trabajadores, con un apoyo cada vez más activo de una clase profesional y unos sectores medios diferenciados de otros sectores medios no tan en contacto con esos capitales beneficiados. El hartazgo significativo de las bases (en especial, las generaciones jóvenes) hacia cuestiones relacionadas a las características opresivas y moralistas del viejo capitalismo terminaron dando el consenso que faltaba a la emergencia del tercer espíritu.

Algo notable en esa época de cambios, fue el desarrollo trágico que tuvieron las fuerzas de izquierda y el sindicalismo en Europa Occidental, pues luego de una etapa de cierta concordancia e influencia significativa dentro de los distintos sistemas políticos, ante la crisis del capitalismo de posguerra y la emergencia del modelo tardío, en ese hiato entre la caída de un modelo y el ascenso de otra configuración del sistema económico, los partidos comunistas endurecieron su crítica social al capitalismo más allá del reformismo eurocomunista[iii] que abrazaron en los setentas y pusieron en un segundo plano a la crítica artista, y, por el otro, los partidos socialistas (o socialdemócratas) de Francia, España, Italia y Alemania, comenzaron a acercarse, en forma gradual, a la tesis neoliberales emergentes y las reformas de mercado, en especial, luego de algunos intentos por darle respiración artificial al procedimentalismo del segundo espíritu del capitalismo. La izquierda de carácter reformista, representada en partidos, movimientos e intelectuales, comenzó a ver con buenos ojos el surgimiento del nuevo espíritu capitalista por la incorporación de elementos, conceptos, herramientas y prácticas del universo social y comunitario[iv] así como de la crítica artístico-cultural. Ello fue así no solo en el sub-universo socialdemócrata sino también en las corrientes internas del eurocomunismo que, de carácter más liberal, se escindieron de las posturas reacias a abrazar la transformación económica y social que comenzaba a operar.

Los sindicatos, por su parte, en el caso de los más poderosos y hegemónicos, también comenzaron a despegarse de la postura del ala dura de la izquierda e iniciaron un proceso de despolitización de su discurso y sus reclamos. Más allá de que no veían como algo conveniente la imposición gradual de nuevas reglas de negociación, avizorando ya una cancha torcida a favor del mundo empresarial en contraposición con las condiciones más o menos igualadas en el capitalismo keynesiano, las aceptaron por la razón que una parte nada desdeñable de la clase trabajadora y profesional las aceptó, en un principio, de buena gana. Ante una represión solapada del Estado y el riesgo de sumar causas para una desindicalización que, de todas maneras, se fue dando de manera inexorable, gracias a la multiplicación de herramientas de control laboral y salarial bajo la órbita empresarial y un Estado orientado a empoderar a ese sector, y en una situación nebular y desconcertante ante la velocidad de los cambios, no tuvieron otra opción.

En otros lados del mundo, como en América Latina, algunos Estados-nación experimentaron la entrada al tercer espíritu del capitalismo a sangre y fuego. No se trató de un cambio dado en un marco democrático o partidocrático sino que, más bien, se posibilitó por el poder de las armas y la violencia estatal. Así han sido los casos de Chile y Argentina, por ejemplo, considerados los más virulentos, aunque en todo el continente se registró una represión visible contra las fuerzas alineadas a la crítica social y/o defensoras del modelo de bienestar. No solo los movimientos políticos de izquierda y nacional-populares fueron perseguidos y reprimidos, también los sindicatos y la clase trabajadora han sido brutalmente oprimidos como punto de partida para allanar el terreno donde se implementarían las primeras reformas de mercado. En Latinoamérica y otras regiones periféricas del mundo, las políticas tendientes a posibilitar la emergencia del tercer espíritu del capitalismo, que se asentarían no tanto en los setentas y ochentas como si sucedió en los noventas ya bajo gobiernos democráticos constitucionales, se dieron gracias, además de a la formación de un consenso entre el poder económico y político proclive a la puesta en marcha de tales reformas, que hizo mella, a través del reforzamiento propagandístico, en sectores medios dentro de un contexto social y económico deteriorado, a la movilización del aparato militar y policial de esos Estados , por entonces, burocrático-autoritarios. Una estructura de poder estatal, por antonomasia, del segundo espíritu del capitalismo.

La fórmula del capitalismo tardío fue adoptada tanto por fuerzas conservadoras como progresistas. Los reclamos y banderas de mayor libertad y autonomía fueron asimilados por el poder económico y puestos en función de la reducción del poder del Estado y los sindicatos así como de sus funciones sociales. La coalición que sustentó y aún sigue sustentando este espíritu es amplia e incluye a una gran variedad de actores políticos, sociales y económicos. Los partidos del orden que sostenían el poder en los Estados-nación así como los movimientos, partidos y coaliciones aspirantes a cumplir ese papel, comprendieron que, para materializar esa ambición en el nuevo escenario, tenían que reformarse, pactar con el mundo empresarial (en especial, aquel con conexión internacional) y los organismos de crédito multilaterales e instrumentar las políticas de modernización económica así como también reconocer los nuevos modernismos sociales bajo coordenadas de carácter neoliberal. Muchas organizaciones del mundo sindical, al igual que partidos políticos aspirantes a encabezar las coaliciones de orden en los tiempos del tercer espíritu del capitalismo, ya sea seducidos consciente o inconscientemente, por inercia o bien obligados por las circunstancias planteadas en esta reconversión de la economía y la sociedad, se vieron imbuidos en un proceso de profesionalización y tecnificación que los alejó de las bases contribuyendo a generar nuevas desigualdades y profundizar las pre-existentes en el mundo del trabajo y la economía.

La libertad y la autonomía puestas al servicio del capital, más allá del consenso inicial dado por amplias capas del sistema político y unos sindicatos desconcertados por la intensidad de estas nuevas medidas, sin el marco de desplazamiento y negociación que ostentaban en el capitalismo de posguerra frente al aceleramiento en la velocidad de movimiento de las fuerzas capitalistas, dieron como resultado, en el corto plazo, un empeoramiento de las condiciones laborales y un acrecentamiento sin precedentes del poder económico, orientado hacia un proceso de concentración y transnacionalización del mismo.

La caída del socialismo como modelo político, social y económico como horizonte alternativo, posibilitó el rápido ascenso de este capitalismo que incorporó las críticas en cuanto a la faceta opresiva y burocratizada del modelo de bienestar para auto transformarse, incinerando, paso a paso, en algunos países (los que abrazaron con fuerza esta doctrina), mas y, en otros (donde las fuerzas ligadas a las instituciones de bienestar y la protección social y laboral aún persisten y tienen una nada despreciable capacidad de maniobra) menos, tanto sus funciones opresivas como protectoras en materia de beneficios para las clases medias y bajas. En general, se dio un marco en el que se potenció la capacidad creativa en el mundo del trabajo, también fomentada por una espectacular evolución tecnológica, pero en el que también se precarizó la vida de un conjunto importante de la población mundial, fragmentándola y despojándola de herramientas orientadas al logro de un cierto control colectivo sobre las fuerzas que operan por encima de ella. La mayor autonomía e individualismo devino en mayor presión y peores condiciones laborales, mientras que la masa de trabajo se acrecentó pero no así el nivel salarial.

“El balance, desde el punto de vista del trabajo, de las transformaciones del capitalismo a lo largo de los últimos decenios no es, por lo tanto, demasiado glorioso. Aunque no cabe duda de que los jóvenes asalariados de hoy, que no han conocido los antiguos modos de producción del trabajo, no los habrían soportado más de lo que lo hicieron sus mayores, que se rebelaron contra estos dispositivos en 1968, contra las jerarquías de la década en 1960 y contra su autoritarismo y moralismo, y aunque resulta evidente que en numerosos casos el enriquecimiento de tareas, el desarrollo de las responsabilidades en el trabajo y las remuneraciones en función del mérito han satisfechos deseos importantes de los asalariados, no podemos dejar de señalar tampoco las numerosas degradaciones que han marcado desde hace veinte años la evolución de la condición salarial.” (Boltanski y Chiapello, 2002)

Sin embargo, con el pasar de sucesivas crisis tanto en el mundo periférico como el central, fueron surgiendo reacciones así como también ha ido condensándose críticas hacia este espíritu. No obstante, el poder, la inserción en la vida cotidiana y la velocidad de desplazamiento de las fuerzas emanadas del tercer espíritu del capitalismo así como la fractura social provocada por este hacen que ellas se encuentren siempre en un estado de fragilidad y desventaja.

“Cabrá referirse a las dificultades a las que se enfrentan sindicatos y partidos en lo que atañe a la carencia de modelos de análisis y argumentos sólidos y oponibles, a causa de la descomposición de los esquemas ideológicos admitidos hasta el momento, que descansan, en su mayor parte, en una representación de la sociedad en términos de clases sociales. Los dispositivos de representación (en el sentido de las representaciones que son al mismo tiempo sociales, estadísticas, políticas y cognitivas) que contribuían a dar cuerpo a las clases sociales y que les conferían una existencia objetiva tienden a deshacerse, sobre todo bajo el efecto de los desplazamientos del capitalismo, lo que lleva a numerosos analistas a considerar obsoleto este principio de división. Tales cuestionamientos facilitan en cierto modo la reconstrucción de la crítica social porque hacen hincapié en el mundo tal y como es, pero tienen también como efecto inmediato la deslegitimación de los resortes ideológicos tradicionales y, por lo tanto, la acentuación de la crisis de la crítica.” (Boltanski y Chiapello, 2002)

Hay que comprender tanto las consecuencias lesivas para amplios sectores sociales como las conquistas relativamente beneficiosas para determinados segmentos de la sociedad, en especial por el lado de los reconocimientos de carácter cultural y civil. Por un lado, las condiciones sociales y laborales siguieron un curso de precarización y empobrecimiento, además de una notable diferenciación entre diferentes segmentos de las clases medias y bajas[v], aumento de la incertidumbre para los sectores socio-económicos subalternos sujetos a frecuentes inestabilidades en el mercado laboral, falta de protección por parte de instituciones públicas y sindicales, etc. y por otro lado, reconocimiento de sectores y banderas de la sociedad civil (minorías étnicas, de género, DD.HH., ecologismo, etc.) que antes no eran debidamente reconocidos en cuanto grupos con su propia forma de ver la sociedad y tradiciones.

Críticas, reacciones y movimientos

Tanto la crítica como las reacciones al tercer espíritu del capitalismo, si bien se manifiestan con cierta intensidad, son de carácter difuso. No es que haya una ideología unificada contraria y, a la vez, complementaria, al mismo (como la URSS en la Guerra Fría) o haya uno o dos sistemas ideológicos, políticos y económicos (como el fascismo y el real socialismo cuando el modelo de capitalismo con bienestar y Estado protector no terminaba de tomar forma entre la gran depresión del treinta y el final de la Segunda Guerra Mundial) que compitan con él.  No hay modelos alternativos de donde asimilar y copiar instituciones, programas, etc. Tampoco hay una crítica social y artística consolidada debido a, como mencionamos, el poder ubicuo del actual espíritu. Con grandes empresas transnacionales en distintos rubros que traspasan el poder de más de la mitad de los Estados-nación del mundo. Pero si existen un conjunto de experiencias surgidas con el objetivo de mejorar la calidad de vida en esas sociedades donde fracasó en su variante neoliberal. Visiones por derecha e izquierda y de raigambre popular-territorial que, en su mayoría, no proponen un sistema económico alternativo, pero si reformas que morigeren características elementales. Opciones que, en su mayoría y de alguna manera u otra, buscan expandir el derecho al capitalismo sobre los sectores de la sociedad que se sienten afuera o al borde de la exclusión.

En los dos mil, las reacciones al tercer espíritu del capitalismo se han visto en América Latina y otras partes del mundo periférico, como la Rusia post-soviética y pos-neoliberal, regiones sacudidas por crisis provocadas en el marco del esquema económico neoliberal donde se dieron movimientos y gobiernos que implementaron gracias a, paradójicamente, un contexto económico beneficioso para estos países emergentes, medidas tendientes a reorganizar al Estado en sus funciones protectoras a nivel social y laboral. Posteriormente, en la segunda década del siglo XXI, la crítica y el desencanto hacia el capitalismo tardío fue tomando fuerza en el corazón de occidente (Europa Occidental y EEUU), pues allí existe una sensación de hartazgo hacia la política económica de precarización laboral y hacia un sistema político que está siendo desbordado por nuevas opciones que surgen desde los márgenes como consecuencia de una crisis de representatividad.

Las figuras tradicionales de la política, sean del ala izquierda o derecha del espectro político, liberales, conservadores o socialdemócratas, dejan un vacío que está siendo ocupado por fuerzas emergentes y periféricas, las cuales representan a esos sectores sociales que se sienten desplazados por las fuerzas tradicionales, cuyas elites dirigentes se encuentran más cerca del establishment económico consolidado por el tercer espíritu del capitalismo, mientras que en otros casos, hay corrientes partidarias internas disputando esa dirigencia tradicional y proponiendo un cambio de dirección en las mismas.

Los nuevos partidos y movimientos sociales son un reflejo de la sociedad descontenta. Pueden representar una ideología clara o se manifiestan como apolíticos. Lo cierto es que, en la mayoría de las experiencias, se tratan de fuerzas anti-establishment que se oponen a la coalición entre los partidos tradicionales del sistema político y la elite del poder económico de carácter globalizador, y en contraposición a la agenda globalista, proponen una de carácter proteccionista en lo económico y soberanista en lo político. Rescatan banderas del segundo espíritu del capitalismo y, en algunos casos, rechazan el cosmopolitismo y la complejidad adquiridos por la sociedad civil al igual que la inscripción de esos derechos que reflejan esa diversidad, mientras que, en otros casos, se proponen hacer una síntesis entre la instalación de una agenda en sintonía con la crítica social al tercer espíritu, la resignificación de banderas e instituciones del segundo espíritu y ciertas conquistas así como reclamos pendientes de cristalizarse del lado de la crítica artista.

Puede vislumbrarse en ese tipo de fuerzas políticas y sociales una reacción por derecha, de carácter nacionalista/conservador popular, ante el tercer espíritu del capitalismo. Que buscan, o al menos lo aparentan, una cierta reivindicación en materia social y económica con los sectores desfavorecidos por las reformas de mercado (consolidación y mejora del empleo) pero, contradictoriamente, bajo un discurso anti-estado (en algunos casos como el de Trump) y en desmedro del reconocimiento a la diversidad de una sociedad compleja, conformada por minorías de distinto orden (étnico, de género, etc.), ubicando a la inmigración y las minorías junto a la desindustrialización y la precarización laboral bajo una misma vara ajusticiadora como causa de los males que se ciernen sobre un país y las capas sociales más golpeadas por el tercer espíritu del capitalismo. Se tratan de fuerzas sustentadas por sectores considerados abandonados por la elite política y económica que mira y actúa más en función a lo que sucede en un nivel transnacional que en base a las necesidades de las capas medias y bajas de la población, en especial las originarias del país donde actúan y operan estos partidos, a las que apuntan, en reiterados casos, con un discurso neofascista, anti-moderno y post-moderno a la vez, usando el recurso retórico del engrandecimiento del ser nacional en detrimento de las minorías de todo tipo.

También existe una reacción y una crítica por izquierda, aunque esta se da en menor medida en el mundo desarrollado, a diferencia de las experiencias que aún tienen lugar en, por ejemplo, América Latina. Fuerzas de carácter nacionalista, progresista y popular que, a través de la constitución de coaliciones, plantean una agenda redistributiva en el plano social y económico así como el reconocimiento de diversas formas de reproducción social y económica que, si bien en la actualidad no se encuentran por su mejor momento a causa del declive de experiencias políticas significativas en los últimos años frente a un reimpulso del reformismo de mercado producto del surgimiento de nuevas coaliciones de carácter neoliberal, siguen ostentando una gravitación nada desdeñable.

En este escenario, los partidos tradicionales, en especial los considerados de centro-izquierda, se encuentran obligados a reconvertirse en sintonía con las necesidades y demandas de cambio social y económico. Algunos partidos en el mundo han tenido la capacidad de hacerlo y salir airosos, otros, se encuentran en el arduo proceso. Podemos poner como ejemplo a los partidos de carácter socialdemócrata en Europa que transitan un debate interno entre dos grandes líneas, por un lado los que proponen seguir con una agenda de índole neoliberal progresista y por el otro, los partidario de orientar a estas estructuras políticas a posiciones más cercanas a sus bases y las banderas fundacionales, abandonando la postura proclive a continuar con las reformas de mercado típicas del tercer espíritu del capitalismo en mezcolanza con el reconocimiento y expansión de derechos ciudadanos y empoderamiento de minorías en la sociedad civil. En sí, buscan mantener lo segundo y abandonar la doctrina económica neoliberal. Continuar las conquistas en materia de derechos y expansión de ciudadanía, lo que consideran bueno e inclusivo del globalismo, y desandar el camino de las reformas que minan la protección laboral y social que aún queda de los Estados de bienestar de posguerra. Es una postura más de alerta y en guardia que la mantenida por las líneas neoliberal-progresistas que dirigieron este tipo de partidos entre los ochentas, noventas y dos mil, que asumieron las medidas de corte neoliberal como un camino inevitable a transitar, aunque no sin defender, en la medida de lo que creían posible o  vislumbrar algún tipo de transformación que mantuviera y alargara la existencia de, las instituciones protectoras y ejecutoras de derechos sociales y laborales surgidas durante el segundo espíritu del capitalismo. Estas contradicciones y luchas internas están haciendo a la vieja socialdemocracia transitar por aguas peligrosas, pues su representatividad no cesa de reducirse frente a opciones nacionalistas, como en Reino Unido, que toman parte de sus banderas y agrupaciones nuevas pertenecientes a la nueva izquierda, como en España y Grecia, o al centro, como en Francia.

Las opciones abroqueladas en el marco del tercer espíritu del capitalismo, y que no reniegan del mismo al punto de buscar reformas que lo orienten hacia una transfiguración significativa, también presentan una cierta renovación, la cual hace que el consenso alrededor del modelo neoliberal siga en pie. Hay una fuga hacia adelante tanto desde el neoliberalismo conservador como el neoliberalismo progresista que reside en el empuje de las fuerzas tradicionales renovadas, como lo ha sido en el partido demócrata estadounidense con la coalición liderada por Barack Obama entre 2008 y 2016, o bien de fuerzas políticas nuevas, como la formación encabezada por el ex socialista francés Emmanuel Macron, con chances de imponerse a la ultranacionalista Marine Le Pen en las elecciones francesas de este año. Allí, todo parece indicar que, en un marco inédito dentro del cual una elección se polarizará entre dos fuerzas no tradicionales y consideradas contrarias a la elite política cohabitada por conservadores gaullistas y socialistas, una gran coalición de carácter neoliberal progresista, liderada por un nuevo movimiento, se impondría sobre la reacción por derecha al tercer espíritu capitalista. Y este se alejaría un tanto más del peligro que supuso la victoria electoral de Donald Trump, erigido pieza central de la reacción de carácter nacionalista conservador popular.

La dinámica política y económica mundial parece prefigurar un siguiente espíritu capitalista de carácter más pragmático y menos dogmático que el basado en la visión neoliberal. No significa que el neoliberalismo como doctrina se encuentra herido de muerte, pues el constante surgimiento y revitalización de fuerzas que han incorporado esa visión parece no cesar. Sin embargo, ya no se trata de EL modelo, sino que, desde hace unos años a la actualidad, viene figurándose una realidad en la que es tan solo una forma de ver la sociedad y la economía más, la cual sigue siendo dominante, sí, pero debe coexistir con otras maneras de construir el poder político, social y económico que obedecen más a características y matices del territorio donde emerge como de la composición social, política y económica de las elites, capas intermedias y bases que constituyen las coaliciones gobernantes y/o dominantes, así como también del peso de las agendas de cada uno de esos componentes en la agenda general que buscan implementar. Ecuaciones, que se interrelacionan y complementan, no sin conflictividad social de por medio, con otras ecuaciones, que pueden dar como resultado dominante una continuidad del tercer espíritu del capitalismo con más reformas de mercado y más cosmopolitismo a través de coaliciones encabezadas por nuevos movimientos o viejos partidos reconvertidos de carácter neoliberal progresista y/o conservador, o una reforma por derecha o izquierda que coloque, tan solo discursivamente o en la práctica, en el centro de la agenda la crítica social a este tercer espíritu capitalista y desempolve conceptos, instituciones y herramientas del segundo espíritu en lo concerniente a políticas de protección económica y/o social que, sin embargo, pueden diferir en forma significativa sobre cuestiones culturales (la crítica artista) ligadas a derechos que reflejen el empoderamiento de minorías, cosmovisiones alternativas y cuestiones como el medio-ambiente.



[i]Luc Boltanski y Eve Chiapello, en El Nuevo Espíritu del Capitalismo, basándose en el análisis weberiano, establecieron una división histórica del capitalismo, por sus formas y contenidos, en tres etapas o espíritus. El primero tuvo lugar a en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el segundo espíritu se desarrolló entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el segundo lustro de los setentas, mientras que el tercero emergió a principios de los ochentas y sigue sosteniéndose en la actualidad.
[ii] La Crítica artista, junto a la crítica social, son los elementos centrales, en la tesis de Boltanski y Chiapello, a partir de los cuales, en tanto fuentes de modernismo social, político y económico, el capitalismo se reinventa en forma constante. Mientras la crítica social está asociada a las nociones de igualdad social y solidaridad, la crítica artista se relaciona a los reclamos de libertad y autonomía.
[iii]  El eurocomunismo fue un movimiento reformista que se dio entre finales de los sesenta y los setentas en varios de los partidos comunistas de Europa Occidental (en especial de los más importantes, como los partidos comunistas francés, italiano y español, entre otros) como una forma de diferenciarse del socialismo real de la URSS y los países bajo su influencia en Europa Oriental. Una especie de tercera vía entre el capitalismo y el modelo soviético en la cual la democracia multipartidista era aceptada de manera táctica y estratégica por estos partidos para llegar al poder y de ahí, promover transformaciones en consonancia con sus programas de cambio social y económico de carácter marxista. Sugerían que el comunismo debería ser considerado un elemento de preponderancia en las democracias capitalistas occidentales y también que los partidos y movimientos de tinte liberal o no-comunistas deberían ser aceptados en los sistemas políticos del socialismo real.
[iv] El tercer espíritu del capitalismo no solo se ha nutrido de la crítica artista contra los elementos opresivos, moralistas y burocráticos del capitalismo de bienestar, a la vez que de las banderas de un cambio cultural orientado a la liberación y a la vida “autentica” (movimientos feministas, homosexuales, antinucleares y ecologistas), también se benefició e incorporó la crítica a las jerarquías de ese tipo de capitalismo, desarrolladas por sindicatos progresistas, y asimiló, a través de los departamentos de Investigación y Desarrollo del mundo empresarial, las investigaciones realizadas por sociólogos próximos al movimiento autogestionario sobre los funcionamientos del trabajo colectivo en diferentes experiencias basadas en la autogestión como los kibutz israelíes, las comunas chinas y las empresas autogestionadas del socialismo yugoslavo.
[v] Una clase profesional que se ha hecho un lugar acomodado en el escalafón socioeconómico, cuadros intermedios que median entre la patronal y los sectores de poca calificación, una fracción de trabajadores sindicalizados que gozan de una mayor protección frente a sectores que se dividen en precarizados y los que trabajan en la economía informal ingeniándoselas para subsistir. 

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