sábado, 19 de septiembre de 2015

A treinta años del sismo del ’85 todo sigue igual… o peor.

Treinta años después del terremoto que estremeció a la ciudad de México parece haberse cerrado un ciclo histórico que tuvo como ejes las reformas neoliberales en la economía y en la política. A chuecas y no tan derechas, los dueños del dinero en México han llevado a cabo, con avances y retrocesos, la imposición de un modelo promovido desde los centros financieros internacionales para superar la crisis mundial de los setentas y afianzar la dominación capitalista.  

Con la llegada de Miguel de la Madrid a Los Pinos, el proyecto neoliberal cobró fuerza y poco a poco se impuso como la única alternativa para alinear la economía mexicana a los intereses de bancos y corporaciones internacionales. Al mismo tiempo, se empezó a promover la idea de que era necesario abrir el juego político institucional para contener la protesta social provocada por la quiebra financiera del país en 1982. Reformar la política para legitimar el proyecto económico neoliberal, con todas sus consecuencias, representó una idea que todas las fuerzas políticas partidista apoyaron: para la derecha significó transformar su misión como partido político para ganar elecciones y para la izquierda socialdemócrata  la oportunidad de competir en los procesos electorales legalmente. Para el PRI, la apuesta estaba dirigida a dirigir el proceso de reformas económicas y mantener dividida a la oposición para seguir gobernando.

El acontecimiento que detonó simbólicamente la reconfiguración del país fue el terremoto de 1985, no sólo porque desnudó la fragilidad del poder –materializada en la incapacidad gubernamental para responder a la tragedia- sino, al mismo tiempo, porque dio pie al inicio de un ciclo de protesta nacional-popular que alteró la relación entre gobernantes y gobernados pero que no pudo contener la imposición de la receta neoliberal. El movimiento estudiantil de 1986 y 1987, el surgimiento del neocardenismo en 1988 y posteriormente la rebelión zapatista en Chiapas en 1994 significaron en distintos grados y ámbitos de la vida social la conformación de la protesta y la resistencia.

Protestaron y se enfrentaron a las mentiras e imposiciones del grupo en el poder para desmantelar al estado de bienestar -proceso que culminó este 2015 con la venta de lo que quedaba de PEMEX, pero que inició formalmente con la firma del TLCAN- aplicando a rajatabla las recetas neoliberales del Banco Mundial y el FMI. Y si para ello tuvo que aceptar el fortalecimiento de la izquierda en la capital del país y reconocerle a sus habitantes los derechos políticos básicos, lo hizo como una concesión temporal, un daño colateral. Los gobiernos de Marcelo Ebrard y sobre todo de Miguel Ángel Mancera en la ciudad de México confirman el fin de una etapa que cobró fuerza en 1997 con el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas y que alentó la esperanza de millones. Hoy ésa esperanza ha naufragado en el Pacto por México, culminación natural de la supuesta transición democrática.

Por si el empobrecimiento de millones y la costosísima farsa electoral  fueran poco para comprender el saldo negro de éstas tres décadas, habrá que el crecimiento geométrico del narcotráfico –consecuencia natural de la apertura de fronteras gracias al TLCAN- que ha sumido al país en una guerra civil que nadie sabe cuándo y cómo terminará pero que le ha costado la vida a cientos de miles de personas y mutilado familias a lo largo y ancho del territorio nacional. La descomposición de la política institucional ha llegado a tal grado –la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Guerrero es una clara señal de ella- que el Estado ha apostado por la militarización con el pretexto de contener el narcotráfico pero que en realidad está diseñado para contener la protesta social.

La socialización paulatina de la idea de que la política debe estar directamente relacionada con la ética y en la medida de lo posible al margen de la esfera institucional -aportación innegable de un ciclo de protesta mundial iniciado en 1994 por del EZLN- ha sido un logro muy importante, en medio de la debacle del estado mexicano y a pesar de su éxito para imponer el modelo neoliberal. Al final, el terremoto del ’85 removió estructuras de pensamiento y derrumbó el viejo sistema político para dar paso a la reconfiguración del país que hoy es distinto pero no necesariamente mejor. De hecho, la gran mayoría de la población es más pobre, con derechos civiles y políticos devaluados o inexistentes y con gobiernos más cínicos, militarizados y corruptísimos.


Recordar el terremoto del ´85 implica entonces reconocer que aquélla ciudad y aquél país que se estremeció el 19 de septiembre de 1985 son muy distintos a los de hoy, pero también constatar que aquéllas ruinas siguen ahí, ocultas detrás de las pantallas planas y la euforia consumista, junto con las que se han ido acumulando en las últimas tres décadas de reformas neoliberales.

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