jueves, 28 de mayo de 2015

Crónica de un desencuentro anunciado: la visita de Dilma a México


El quinto encuentro entre Dilma Roussef y Enrique Peña confirmó que la distancia entre México y Brasil no se expresa solamente en los kilómetros que separan a ambos países, en las diferencias culturales o futbolísticas. Habría que agregar la desconfianza mutua entre los dos gigantes de Latinoamérica, consecuencia de sus diferentes estrategias geopolíticas. El saldo de la visita de Dilma a México es prácticamente nulo; más allá de los discursos y las buenas intenciones, los dos países no están en condiciones para conformar un bloque económico que impulse el crecimiento económico de la región.


Las razones de la desconfianza entre dos países que concentran el 62% del Producto Interno Bruto (PIB) de Latinoamérica tienen que ver principalmente con la relación comercial que sostienen con los Estados Unidos. Mientras que México está amarrado comercialmente con su socio norteño, Brasil sigue profundizando sus relaciones comerciales con China y Europa y al mismo tiempo fortalece su comercio con Argentina, su socio principal.


En otras palabras, Brasil considera de importancia estratégica diversificar sus relaciones comerciales -sobre todo con Asia- manteniendo al mismo tiempo su liderazgo en el MERCOSUR y su presencia en el grupo BRICs. Por su parte, el gobierno mexicano  puso todas sus fichas en su pertenencia al  Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con el argumento de que su cercanía con el mercado estadounidense lo catapultaría al primer mundo. Después de más de un cuarto de siglo, el TLCAN ha empobrecido a la mayoría de la población mexicana pero le ha reportado enormes ganancias a un pequeño grupo de empresarios que, con el enorme poder adquirido, demandan hoy una mayor profundización de las relaciones comerciales con EE. UU.


A lo anterior habría que agregar que los desencuentros entre Brasil y México no se circunscriben a la competencia entre sus industrias automotrices o a las diferencias culturales. Los gobiernos panistas no fueron precisamente admiradores de Lula ni mucho menos del Partido dos Trabalhadores (PT) lo que enfrió las relaciones bilaterales. Además, los EE. UU. -y por ende el gobierno mexicano- se sintieron amenazados por el surgimiento de organismos regionales como el ALBA, diseñados para impulsar el intercambio comercial entre los países sudamericanos, incluyendo claro a Venezuela y Bolivia, ejes del mal para la plutocracia yanqui. 


A su vez, Brasil comprendió que la firma del TLCAN, a fines de la década de los ochenta, canceló todas las posibilidades de estrechar relaciones comerciales con México. Por si fuera poco los presidentes panistas, sobre todo Calderón, prefirieron estrechar relaciones diplomáticas con Colombia y Perú, con miras a formar un bloque que junto con los EE. UU. funcionara como contrapeso al MERCOSUR, ALBA, etc. y que de manera simultánea sirviera de  contención a las ambiciones de China.


¿Entonces a que vino Dilma? En primer lugar a explorar las posibilidades de inversión en materia petrolera. Petrobras debe estar  interesada en las oportunidades creadas por la reforma energética, como cualquier empresa del ramo. También le interesa ampliar el acuerdo de complementación económica bilateral (ACE53); dicho acuerdo comprende actualmente 800 productos con preferencias arancelarias pero se contempla la posibilidad de ampliarlo a 6 000 productos. La cereza en el pastel de la visita fue la firma del Acuerdo de Cooperación y Facilitación de Inversiones (ACFI), primero de su especie firmado por Brasil, que sin dejar de representar un avance en las relaciones comerciales no constituye ni de cerca un golpe de timón para modificar significativamente el estado actual de sus relaciones comerciales.


Así las cosas, la visita de Dilma a México no rindió los frutos anunciados en la prensa nacional ni mucho menos alteró su estrategia geopolítica, máxime cuando recientemente el primer ministro chino Li Kequiang anunció en Brasil un paquete de inversiones de 50 mil millones de dólares para la región sudamericana. Por su parte, tampoco Peña tiene intenciones de atenuar su dependencia política y económica con los EE. UU. aunque esto signifique mayor pobreza y violencia social para las mayorías que dice representar. La cancelación de las obras del tren rápido entre Querétaro y la ciudad de México así como el fracaso de la construcción del Dragon Mart en Yucatán no dejan lugar a dudas de que nuestro país seguirá siendo una colonia yanqui pero sobre todo una cuña fundamental para impedir la construcción del sueño de Bolívar en la región Latinoamericana.

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