miércoles, 13 de noviembre de 2013

La actualidad del anarquismo y su relación con la violencia, el consumismo y la política.



Al observar el espectro de las ideologías en pugna en el mundo contemporáneo salta a la vista la fuerza que ha venido cobrando el discurso anarquista, sobre todo entre la juventud, lo que explica en parte la satanización que las buenas conciencias y sus altavoces, los medio de comunicación, han llevado a cabo. Sin caer en la apología o en el ninguneo convendría preguntarse: ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Por qué parte de la juventud en el mundo enarbola sus principios y se define como anarquista?

Con la intención de alimentar el debate me gustaría abordar la cuestión a partir de la relación del anarquismo con la violencia, el consumismo y la política. No omito señalar que el anarquismo no es una propuesta homogénea y constante en el espacio y en el tiempo. De hecho, al entrar en materia, lo primero que aparece es una diversidad tanto en los siglos XIX y XX como en el actual. Además, el anarquismo representa una ideología ajena al nacionalismo y por lo tanto plenamente internacionalista desde sus inicios. Sin embargo, un análisis más cuidadoso revela ciertos elementos comunes que articulan el discurso y las propuestas a lo largo de sus dos siglos de existencia en el universo de las ideologías.

La relación del anarquismo con la violencia parece ser el aspecto más polémico, que ha sido utilizado desde el siglo XIX para descalificarlo, tanto por los conservadores como por los liberales. Es un lugar común asociar de manera automática al anarquismo con la violencia irracional, primitiva, la ausencia de un orden político. El girondino Brissot en 1793 definía los rasgos de la anarquía como: “Leyes que no se cumplen, autoridades ignoradas, y carentes de fuerza, delitos impunes, ataques a la propiedad, violación de la seguridad del individuo, corrupción de la moralidad del pueblo, ausencia de constitución, de gobierno, de justicia: he aquí los rasgos de la anarquía” Dadas las circunstancias, al leer la cita cuesta trabajo no asociarla más bien con el estado liberal contemporáneo y no tanto con el  anarquismo. Como afirmé en otro lado, la matriz de la violencia social reside en el orden capitalista y en las labores de control social del estado para imponer el robo y la depredación. Dentro de la tradición anarquista -que no niega la relativa aceptación de la violencia como recurso revolucionario- nos encontramos con el pensamiento de personajes como Tolstoi, Thoreau o incluso Gandhi, que si bien no se definieron como anarquistas, coinciden claramente con buena parte de sus principios y valores. Más aún, parte de la crítica que hacen los anarquistas del siglo XIX a Marx y su idea de la dictadura del proletariado estriba precisamente en la violencia instrumental, en la naturalización de la coerción como forma de liberar a la sociedad de la desigualdad. En este orden de ideas, la crítica a la violencia matriz del capitalismo explica en parte el fortalecimiento del anarquismo como ideología contemporánea. 

Al mismo tiempo, la idea de llevar una vida sencilla, orientada a satisfacer las necesidades básicas que posibiliten una vida creativa orientada por el ser y no por el tener, representa otro de los elementos atractivos para el mundo de hoy, ahogado por el consumismo enajenante, que favorece la acumulación de capital a costa de la salud humana y el saqueo de los recursos naturales. Al respecto, Proudhon distingue entre pauperismo y pobreza, en donde el primero es la típica condición de indigencia mientras que en la segunda el ser humano obtiene con su trabajo lo necesario para satisfacer sus necesidades. La vida de lujos y abundancia material está lejos de ser una meta para el anarquismo ya que sería un obstáculo evidente para acercarnos a una vida plena, digna del espíritu de la humanidad. Sin caer en el ascetismo, la pobreza resulta ser más una virtud que un defecto, que abre la posibilidad de ser libre de necesidades impuestas por el mercado. El rechazo a la indigencia no se materializa en la sed de riquezas y lujos, sino en la búsqueda de una vida plena y basada en el trabajo libre. El rechazo al lucro por parte del anarquismo expresa claramente esta idea y resulta a todas luces muy atractiva para una juventud empobrecida, que en lugar de sufrir por ello encuentra un motivo para afirmarse en su condición de excluido para enfrentar el poder.

Pero donde me parece que reside buena parte del atractivo del anarquismo para los jóvenes es en la ineficacia de las instituciones liberales, en particular de los partidos políticos y de la democracia liberal, para resolver los problemas que enfrentamos en la actualidad. Al definirse como apolítico e incluso como antipolítico, el anarquismo se aparta de las discusiones inherentes a la democracia electoral, oponiéndose sobre todo a la tiranía de las mayorías, recurso mistificador de la dominación de unos pocos sobre los muchos. Este aspecto ha provocado la mayor parte de las críticas al anarquismo, tanto de la derecha como de la izquierda liberal, incluyendo a la socialdemocracia y al comunismo. Empero, en realidad esta postura se refiere más bien a la política institucional, liberal y republicana, que mas que acabar con la desigualdad la reproduce, que mas que impulsar la libertad, se la concede sólo a los poderosos. La crítica al poder político se funda en la certeza de que no es posible desbancar el sistema político actual a través de la política institucional. Sólo por medio de la acción directa, en la que los individuos actúan sin necesidad de ser encuadrados en una organización vertical y dirigida por una autoridad, el anarquismo encuentra las posibilidades de construir una sociedad libre. La lucha permanente, en cualquier lugar y en cualquier situación, representa sin duda el eje fundamental del anarquismo. La soberanía de la persona se sitúa en el centro de todo su discurso, lo que en mi opinión caracteriza a la razón de ser de la política, o mejor dicho, de  la contrapolítica. 

Por todo lo anterior, y como ha venido sucediendo a lo largo de dos siglos, el anarquismo va y viene pero no desaparece. Está siempre presente en la búsqueda de una humanidad libre y dinámica, tal vez hoy más que nunca.

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