lunes, 8 de febrero de 2010

La revolución de las ideas


Hoy, más que nunca, las ideas políticas carecen de contacto con la realidad. Esos grandes ideales que forman parte del gastado liberalismo se repiten por todas partes. Todos, incluso la izquierda política, suspiran por más libertad, más igualdad, más democracia y más participación. Pero, ¿dónde quedan las condiciones reales, materiales de la vida humana?

Las ideas de libertad, igualdad, democracia o participación suenan muy bien, pero son abstractas y se pueden interpretar de varias formas: he presenciado pugnas entre demócratas cuando se trata de definir concretamente lo que es la democracia. La misma abstracción de estas palabras permite que la derecha y la izquierda política, siempre tan opuestas, coincidan en que hay que dirigirnos hacia una mayor democratización y hacia más “libertades”. En teoría, todo el mundo, unos países más rápido que otros, camina hacia un futuro rebosante de democracia y de participación, bañado de olas democráticas. Pero la realidad es muy diferente: las clases pobres de la sociedad no pueden disfrutar los tan aclamados derechos civiles, no pueden participar, no tienen libertad de prensa porque nadie les escucha y trabajan esclavizados para ganarse únicamente el derecho de vivir. Aún así, se les inviste de todo tipo de facultades, se les dice que tienen derecho al sufragio, que son tomadores de decisiones y que viven en una pujante democracia en construcción.

Las cosas cambian cuando nos abocamos a asuntos concretos, a las condiciones en las que vive el individuo, a las condiciones en las que vive el pueblo. Así, cuando me refiero a un pueblo que vive dignamente, me refiero a un pueblo que tiene una alimentación digna, una vivienda digna, una educación digna, un servicio médico digno y un trabajo digno. Sin estos elementos concretos y reales, ¿qué es una democracia? Y más aún, ¿de verdad existe una relación de la democracia y de la participación con la satisfacción de estas necesidades reales del pueblo? Tomando en cuenta las condiciones en las que viven las capas sociales pobres de muchos países democráticos del mundo, es evidente que algo anda muy mal y deberíamos tomar con seriedad la pregunta anterior.

Actualmente se escribe mucho sobre democracias consolidadas, ejemplares, regímenes democráticos que son modelos a seguir, las democracias europeas, donde la gente vive muy bien. En estos casos, recordemos que Europa era el centro del mundo desde los tiempos del Renacimiento y de la era de los descubrimientos -cuando se hablaba muy poco de la democracia tal y como la conocemos hoy, pues Locke, Rousseau, Montesquieu y Tocqueville aún no existían-. No fue el régimen democrático el que dio a las naciones europeas su calidad de potencias: el sistema capitalista, el verdadero agente detrás del auge europeo de los últimos siglos, es anterior a la democracia moderna.

Los cambios económicos, políticos y sociales detonan cambios en la manera en que percibimos el mundo y estos, a su vez, causan otras modificaciones, en una cadena interminable. No será sorprendente si las actuales convulsiones de la sociedad moderna provocan una revolución de las ideas y el nacimiento de una nueva forma de ver la economía, la política y la sociedad en general.


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