lunes, 1 de junio de 2009

La guerra del terror

«Al comenzar la guerra, la primera víctima es la verdad», dijo el senador americano Hiram Johnson hace casi un siglo, refiriéndose a la entrada de los Estados Unidos en la guerra europea en 1917. Hoy, esta sabia expresión también debería coronar lo ocurrido a los pueblos de Afganistán y de Irak. En los medios, la causa de la guerra "contra el terror” que ha devastado a esos dos países resulta confusa y las opiniones al respecto se contradicen, obstaculizando una condena abierta y decidida contra este crimen internacional. Como todos sabemos, en 2001 ocurrió un atentado terrorista de gran magnitud en Nueva York, en torno al cual se ha desatado polémica sin precedentes. Las torres del World Trade Center fueron destruidas por dos aviones secuestrados por diecinueve musulmanes. Este evento permitió que los crueles ataques americanos contra Afganistán y contra Irak aparecieran como una gesta sublime por la justicia y por la democracia, en contra del oscuro terror islámico. Veamos, pues, de qué manera tan burda ha sido justificada la “cruzada por la democracia” en Medio Oriente.

Después del atentado del World Trade Center, todos los medios pusieron su mirada en la célula terrorista La Base, en árabe Al Qaeda –amiga de los americanos en otros tiempos-. Pronto comenzaron los vínculos entre Al Qaeda y Afganistán: Usāma Bin Laden, fundador de Al Qaeda, se encontraba en Afganistán, bajo el amparo del régimen islámico conocido como el Talibán. Sin ninguna demora, menos de un mes después, comenzó la ofensiva americana contra Afganistán, disfrazada bajo el nombre de “Operación Libertad Duradera”, cuyos resultados fueron la derrota para el Talibán y la ocupación de ese país. Es de notar que Bin Laden nunca fue capturado.

Poco tiempo después se presentó un nuevo responsable de los ataques terroristas de Nueva York. Esta vez se trataba del régimen de Saddam Hussein. Irak fue incluido en el “Eje del Mal”, creación imaginaria de los americanos David Frum y John Bolton, presuntamente compuesto por países cuyo único objetivo es poner bajo amenaza a la democracia y a la libertad mundial. Se preguntarán ¿cómo fue que Irak terminó enredado en la trama del terrorismo internacional? No hubo una conexión, respaldada por pruebas sólidas, entre el régimen de Hussein y Al Qaeda. Mucho menos, una relación real entre Irak y el atentado del 11 de septiembre –no había iraquíes entre los secuestradores de los aviones, sino saudíes, un libanés, un emiratense y el egipcio Mohammed Atta-. Todo lo que la inteligencia americana tenía era una serie de informes vagos, sin confirmar, sobre una supuesta reunión de un personaje, cuya identidad no está bien clara, con el funcionario iraquí Ahmad Al- Ani en Praga, República Checa en abril de 2001. Aún así, sin tener la certeza que caracteriza a cualquier investigación seria, se hizo oficial que tal personaje era Mohammed Atta, el ejecutor del atentado de Nueva York.

Pero la campaña de difamación iniciada contra Irak todavía no estaba completa. Los Estados Unidos y Gran Bretaña desplegaron cuidadosamente una serie de acusaciones sobre armas nucleares, armas biológicas, armas químicas y misiles que podían alcanzar a Israel, Chipre y cualquier punto del Medio Oriente. De repente, ese arsenal estaba al alcance del empobrecido Irak. Después, un nebuloso informe de la inteligencia italiana sobre compras iraquíes de óxido de uranio -material nuclear que no sirve para fabricar bombas nucleares por sí mismo- a Níger dio el toque de realidad que necesitaba todo el melodrama internacional, aún cuando el informe nunca fue corroborado debidamente.

Sin más, la tarea de encontrar las ilusorias armas de destrucción masiva fue arrebatada de las manos de la Comisión de Monitoreo, Verificación e Inspección de las Naciones Unidas (UNMOVIC, en inglés) y de su director, el sueco Hans Blix, para pasar a ser responsabilidad de los ejércitos de los Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Australia, de Italia y de otros países en la “Operación Libertad Iraquí”, segunda gran fase de la cruzada contra el terrorismo. Incluso, la tarea de las tropas de la Coalición fue más allá. Ahora se trataba de liberar a Irak de Hussein y de los socialistas del partido Baaz.

Al término de la misión -no del conflicto, cuyo desenlace aún parece lejano- Hussein fue ejecutado y, naturalmente, las ilusorias armas nunca fueron encontradas por ningún soldado americano, británico, australiano, polaco, rumano o ucraniano. Así, el casus belli de Irak se esfumaba, para “sorpresa” de los comandantes Franks, Petraeus y del mismo George Walker Bush.

El daño a los pueblos de Afganistán y de Irak ya está hecho y es irreparable. Lo único que podemos rescatar de esta desgracia es la certeza de que el sentido común no se ha perdido por completo: el lugar estratégico de Afganistán con respecto a las grandes tuberías de petróleo y gas en Asia Central, las reservas petroleras de Irak y la venta del petróleo iraquí en euros –y no en dólares- aún aparecen como las causas del infortunio de esos dos países.

1 comentario:

Rafael de la Garza Talavera dijo...

Moses Monte.... que? pero si, estoy de acuerdo con usted en que el petroleo es venero del diablo, como hace tambièn mas de un siglo nos recordò López Velarde.
Y tambièn que las guerras no ayudan màs que a los grandes intereses comerciales, financieros y polìticos en el mundo.
¿usted cree que no se ha perdido el sentido comùn por completo?Cuàl sentido comùn?